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Viajar solos para encontrarnos

  • Foto del escritor: Ana Laura
    Ana Laura
  • 29 sept 2023
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 15 dic 2023

Cuando tengo ganas de hacer algo pongo poca atención a si esa actividad es considerada cliché. No tiene sentido dejarme llevar por lo que los demás piensen, sobre todo cuando eso implica sacrificar algo que me va a dar satisfacción (siempre y cuando no afecte a nadie más).

Así que, sin darle muchas vueltas, el año pasado decidí hacer un viaje sola. Perderme por un mes en las calles de Europa sin más compañía que mis pertenencias me parecía una aventura NECESARIA, algo así como un rito de paso, un hecho que marcaría un antes y un después.

Los primeros días estuve disfrutando de la soledad, recorriendo pequeños callejones, admirando algunas de las mejores obras de arte en museos laberínticos, incluso perdiéndome dentro de una novela en alguna mesa de un pintoresco café.


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No había cumplido la primera semana cuando me di cuenta, en un camino de tierra junto a viejos molinos de viento en Holanda que, aunque los lugares que estaba visitando ciertamente eran muy diferentes a la Ciudad de Guate, estas mismas actividades podía realizarlas en cualquier otro lugar.

Quizá caminar sola por las calles no es tan seguro donde vivo, pero hay parques en que puedo hacerlo, hay museos y cientos de cafés donde puedo acudir sin la compañía de nadie a desacelerar el ritmo, desestresarme, meditar y contemplar lo que sucede a mi alrededor.

¿Por qué necesitamos de razones para pasar tiempo con nosotros mismos? ¿Por qué esperar a un viaje para iniciar un proceso de autoconocimiento?

Y no crean, estoy demasiado agradecida por las aventuras vividas el año pasado, pero desde ese momento he decidido dedicarle un tiempo todos los días a esas actividades que me gustan, alejada de las demás personas y sus distracciones.

Cuando era adolescente, me parecía súper gracioso que uno de mis amigos, cuando tenía ganas de ver una película y no encontraba nadie que quisiera acompañarlo, compraba su entrada e iba solo a verla.

En ese momento lo molestábamos, aunque creo que todos admirábamos un poco su seguridad. Ahora lo veo con otros ojos, quizá más que seguridad, lo que admiro es cómo a tan corta edad era capaz de priorizarse. Tomarse el tiempo de hacer las cosas que le gustaban.

Así como mi amigo del colegio, el que nunca tuvo miedo de ir solo al cine, he aprendido a apreciar las tardes en que, con libro en mano, voy a un restaurante a comer algo rico, observar mi entorno y meditar sobre mí. Mis miedos, mis sueños, lo que me ha sucedido, las cosas que agradezco y las que quisiera cambiar.

Salgamos de nuestra zona de confort, pero no esperemos a un acontecimiento lejano y poco frecuente, encontremos actividades que nos apasionen y hagámoslas solos, todos los días.

 
 
 

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